El Escape.


Si aquello hubiera sido una película de esas que Hollywood produce en masa – pensé- todos en la playa estarían señalándome con el dedo, sosteniéndose la panza de la risa mientras se alejan con sus cuerpos perfectos al ritmo de la música de algún artista de moda (a quien le pagaron por utilizarla en la película, la cual detesta por cierto). En lugar de esa escena, nadie parecía notar que yo era el único ser humano en ese lugar que vestía traje ejecutivo y cargaba un portafolio. No sólo me convencí de estar en el lugar perfecto, sino también de haber tomado la decisión adecuada en el día en que más la necesitaba…

 

IMG_2337Había llegado hacía cinco minutos, luego de dejar plantada a mi segunda cita de negocios de la tarde y manejar con las ventanas abiertas durante las últimas tres horas, en uno de los escapes más perfectos que cualquiera que escribe desde su escritorio (en una de esas tardes en que tantos se preguntan qué fue de las promesas que de niño se hicieran) hubiera soñado realizar,.

Todo comenzó con una canción en la radio, una canción con su inevitable dosis de recuerdos. Una canción que además de revivir las mencionadas promesas de niño, despertó varios anhelos de épocas colegiales y universitarias que se colaron por la radio y me escupieron en la cara. Lo hicieron con mucha razón, pues me di cuenta de que

había dejado de lado mi sana costumbre de soñar despierto para entregarle mis horas a la agenda… y a los todopoderosos clientes que nos premian con su preferencia año con año para…para luego ser nosotros sustituidos por otros que trabajen más barato, o bien ellos remplazados por otros clientes de más gordas billeteras y mayores malacrianzas.

Si, “tuvo la culpa una canción”, como dice un título por ahí. Esta en particular me puso a pensar cómo mi yo anterior habría mandado todo por las ventanas abiertas del automóvil y habría reclamado su espacio de “ser humano con necesidad de ocio” (según palabras de la psicóloga de la empresa durante el almuerzo de la semana pasada). En mis propias palabras lo que me dieron fueron ganas de empacar todo cuidadosamente y enviarlo en un sobre cerrado hasta el fondo de la misma mierda, si es que la mierda tiene un fondo descubierto por la ciencia.

IMG_2329            Llevaba ya atascado en el exquisito tránsito costarricense el tiempo suficiente como para preguntarme sobre las vidas de mis compañeros de embotellamiento. Ese ejercicio mental que uno hace cuando los rostros de los otros se convierten en el mejor entretenimiento a falta de vida más allá del ataúd de metal que se maneja,. ¿Será que la pareja de enamorados que veo por el retrovisor son realmente novios? ¿O serán por el contrario, amantes en fuga que quisieron dejar sus vidas atrás…a la velocidad de 5

kilometros por hora que a veces alcanzamos en estas calles olvidadas por Dios? El personaje que pide dinero al borde de la calle, sosteniendo con su mano deforme un rótulo con el que se ayuda a mendigar mientras cojea, ¿sabrá que muchos aún lo recordamos de un reportaje de un par de años atrás, en el que un noticiero lo siguió hasta su auto y grabó cómo luego de un día de pedir plata, caminaba como si nada y hasta se despedía alegremente de los vendedores ambulantes, ya finalizada su jornada de “trabajo”?

Así me entretenía cuando finalmente logré avanzar unos cuantos metros, hasta un cruce

en la autopista. Como si fuera una escena montada a manera de metáfora en alguna película, de doblar a la izquierda, según las señales viales, la vida me llevaría de vuelta a la ciudad y a mi segundo cliente de la tarde. De seguir directo, San José quedaría a mis espaldas y yo estaría conduciendo rumbo al oeste, hasta que eventualmente se me acabara el camino y comenzara el mar.

Me gustaría decir que detuve el carro y subiéndome sobre el techo proclamé un discurso sobre la libertad del espíritu humano, contarles que los demás conductores me aplaudieron, que volaron las corbatas y los papeles por el aire y mientras sonaba otra canción (de otro artista que también detestaría esta película) todos nos fuimos en caravana hasta la playa…pero no. La realidad como siempre fue un poco diferente.

En realidad no hice nada, con lo que quiero decir que simplemente seguí directo y así, evité tomar la salida que eventualmente me hubiera conducido hacia el cliente que me honra año con año con su preferencia y…bueno, ya conocen el resto. Así, el no hacer nada se convirtió en un acto de heroísmo, de liberación, de rebeldía ante el sistema opresor que- (eso hubiera servido para el discurso, pensé) Pero ya nada importaba, mandé esas ficciones por la ventana, al igual que mi responsabilidad. La culpa me trató de perseguir pero la perdí en los primeros dos kilómetros y medio. La señal del celular viajaba conmigo en el auto y muy callada se quedó, probablemente con la intención de sorprenderme con una llamada de mi jefe un par de horas después, en el peor momento, cuando las olas del mar me hubieran delatado. Si, lo admito, dejé atrás a la culpa, pero la paranoia era un poco más decidida, así que cariñosamente tomé mi fiel teléfono entre las manos y lo ahorqué hasta apagar su pantalla. Bueno, fue cuestión de oprimir un botón pero lo que cuenta es el significado.

El resto de la travesía fue un desagravio a mi niñez, un premio a mi rebeldía universitaria y un acto de liberación para con el adulto que dejaba que una agenda dictara el curso de su día. Un helado de camino, buena música y el viento sobre mi rostro se encargaron de espantarme el espectro de las consecuencias (mucho mejor corredor que la culpa y la paranoia por cierto). A pesar de todo, horas más tarde saludé a mi amigo el mar.

Dije que de ser una película la gente se hubiera burlado de mí. Talvez no tanto, quizás más bien mi uniforme de ejecutivo recién liberado hubiera arrancado algunos aplausos, mientras los habitantes de la República Independiente de Playa Perfecta me recibían como al hermano revolucionario que vuelve de derrotar al monstruo capitalista del cual nos hablaban las canciones universitarias. (Antes de que ese mismo monstruo nos diera trabajo a todos, incluidos aquellos que cantaban emocionados las canciones universitarias).

Screen Shot 2016-10-03 at 2.45.56 PMPero la realidad fue mucho mejor que la ficción. La gente me ignoró y en general nadie notó al ser blanco como la leche que ojeroso, pero feliz, veía el mar como si fuera la primera vez. Me quite los zapatos como si fuera parte de una ceremonia, me liberé de la camisa como quien sale de una mala relación y enterré mis pies en la arena como haciendo el amor con alguien de plena confianza. Desapareció mi animal interno de rutina, desapareció mi alter ego de las películas y cualquier otra personalidad necesitada de atención o castigo. El calor de la arena me volvió un poco más humano, la comodidad era tan grande que me apacigüé por completo y fui feliz.

 

Al atardecer regresé a la ciudad, con el cielo aún dorado a mis espaldas y el aire aún tibio frente al rostro. Para sobrevivir ya no necesitaba imaginarme una película, estaba liberado en un poema. En el asiento trasero el niño y el universitario rebelde sonreían. A mi derecha estaba un pasajero más, un anciano marcado por la vida; yo mismo, a punto de llegar al epílogo de mis días. En lo que se sintió como una larga pausa me miró a los ojos y sonrió.

– Acabás de salvar tu vida.- me dijo.

 

Yo sonreí, creyéndole sin reservas y respiré aliviado.

 

 

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