Escribo esto desde la terraza de mi hotel. La vista es digna de imprimir en alguna postal turística o de arquitectura. En donde apareciera, sería una excelente fotografía con todos los ingredientes para hacerle desear a uno estar en este lugar.
Lo que observo desde el 4to piso de este hotel es un lago artificial bordeado de jardines cuidadosamente diseñados, más allá, una cancha de golf de 18 hoyos y en la lejanía, los otros edificios que terminan de componer el masivo complejo de casi 2000 habitaciones.
Jamás podría pagar una habitación como ésta por cuenta propia, de todos modos, tener jacuzzi y servicio a la habitación nunca están precisamente en el tope de la lista cuando busco refugio fuera de casa, pero ésta vez son motivos de trabajo los que me permiten estar aquí.
La hipocresía sería demasiada si no aceptara que en lugares así a uno lo intenta invadir cierto sentimiento de agrado, de armonía,de verdadero gusto por todo esto. ¡Cómo no! Sin embargo, ésta vez la pequeña vocecilla que todos tenemos dentro no se calla, se planta fuerte y me dice: «ya no, esto es ridículo».
La razón es poderosamente simple: estoy en el hotel más lujoso de República Dominicana, exactamente a 5 horas de lo que alguna vez fue Haití, en donde más de 200 mil almas son lloradas por quienes más semejan muertos en vida que sobrevivientes.
Precisamente ayer entrevisté a uno de los primeros doctores costarricenses en hacerse presente en el lugar de la tragedia. A tan sólo 56 horas de haber ocurrido el terremoto que desoló a la nación entera, él tuvo que ser testigo del infierno en la tierra. Me comentó un hecho que no se ha dicho en la prensa: conforme pasaban los días, era común ver perros y cerdos en las calles, comiendo cadáveres humanos.
El país donde estoy, ha ofrecido sus aeropuertos para canalizar la enorme ayuda de la comunidad internacional, pero también sigue adelante, intentando atraer al turismo con complejos como éste. Inmensamente agradecido por tener trabajo y por estar aquí, no puedo evitar seguir pensando que, a 5 horas de camino, hay niños huérfanos que no tienen posibilidad de hallar bocado; yo levanto el teléfono y con una llamada el servicio a la habitación me trae mi comida.
¿Qué cómo me siento? Tan extraño como quieran imaginar. Culpable sin haber tenido la culpa, indigno de mi buena suerte a pesar de estar trabajando honestamente; mucho más consciente que nunca de que el mundo es un hábitat irónico.
La compañía que me contrató tiene los medios para hospedar a 200 personas en este hotel y para realizar el evento en el que prestaré mis servicios mañana. Ella tampoco hace más que lo mismo de siempre, con el fin de llegar a sus clientes y ayudarles a tener una mejor calidad de vida. Pero hasta en eso existe una ironía final para la lista: se trata de una compañía médica promocionando sus productos y servicios. A 5 horas de Haití.
Walter Campos
La ironía de la vida! Vestida del contraste de la realidad… Pero siempre en el contraste podemos allar la Esperanza de abrir la conciencia y mirar más allá de nosotros mismos!