
La sorpresa, tal y como la conocemos, está muriendo. Está agonizando por ahí, rodeada de la misma tecnología que la está matando. Suena fatalista, pero el pensamiento se me metió entre ceja y ceja tan sólo un segundo después de haberme asombrado de lo que el futuro cercano trae en lo que respecta a automóviles y celulares.
Me explico. En una conferencia escuché sobre la «personalización instantánea», o sea, tomar todos esos cuestionarios que ahora tenemos que llenar a cada rato, sobre nuestros gustos musicales, de comida, sobre nuestros amigos etc, y enviarlos al baúl de los recuerdos. Nuestros datos ya flotan por internet, ya los dimos gustosos un millón de veces.
Así, el automóvil del futuro cercano vendrá equipado con una combinación de GPS e internet que nos podrá ir diciendo si nos estamos acercando a algún amigo que también vaya en su carro o bien, caminando con su celular. Se nos informará sobre la ruta que llevamos y cuantos de nuestros amigos la llevaron también, sobre la música que van oyendo y si nos gusta, podemos compartir sus canciones. En cuanto a los celulares, estos podrán identificar a los demás dueños de celulares de un bar e informarnos quiénes tienen qué porcentaje de gustos similares a los nuestros y por ende, cuanta compatibilidad. Es más, puede hacer un cálculo rápido de las tres mujeres que nos llaman la atención al otro lado del establecimiento, ver quién es la más compatible y de inmediato, rendirnos un informe de sus canciones favoritas, de los lugares en que ha estado en los últimos días y quiénes son sus amigos.
Al principio, como todo al que le gusta la tecnología, me emocionó vivir en este siglo 21 y no en otro donde lo realmente vanguardista fueran las palomas mensajeras, por ejemplo. Luego pensé que la persona que sea incapaz de manejar sus opciones de privacidad, sencillamente iba a quedar más indefensa que señora de la alta sociedad varada en medio de La Carpio.
Luego pensé en la sorpresa y su certificado de defunción. Qué le vas a decir a esa mujer del otro lado de la barra?
-«Hola, nuestros teléfonos dicen que tenemos 93% de posibilidades de compatibilidad, salgamos a ver qué.» – ¿Ah?

Saber que los números pueden decir misa y que eso no significa nada no me salva de sentir cómo se plastifica algo tan emocionante como ir descubriendo a alguien. Al menos el intento de calcular la posibilidad de vivir ese momento en que dos sonrisas comienzan a dibujarse simultáneamente por que ambos saben que algo está pasando, le quita mucho a la experiencia.
En cuanto a los amigos ¿será que la sensación de toparse de sorpresa a un amigo o amiga que hace tiempo uno no ve, será reemplazada por algo similar a un radar que nos va indicando: «amigo a 100 metros!!…90… 80…70…»? Entonces la sorpresa se da media vuelta y se sienta otra vez en la sala de espera de las emociones, medio preocupada por el desempleo.
Quizás me esté pasando de dramático, es más, estoy a punto de borrar el post y escribir sobre otra cosa, pero me detiene una duda. ¿No es que ya nos estamos acostumbrando a cosas como esas por eso vamos perdiendo sensibilidad? Al menos eso pensé hace unos días cuando, al llamar a una amiga para desearle felíz cumpleaños, luego de un momento de silencio, me dijo que yo era la primera persona que la llamaba para felicitarla, todos los demás eran mensajes cortos y «I likes» en su Facebook.
Se vale apagar los aparatos y especificar medidas de privacidad, claro, pero algo me dice que si no sacamos la cabeza del lago digital de vez en cuando, si no respiramos un poco más en este aire real, con la gente real, poco a poco nos vamos a ir conformando con menos y menos sorpresas, hasta que todo sea tan predecible que las sorpresas pequeñas y medianas, las de a diario, acaben pensionándose antes de tiempo.
-Walter Campos
Debo aceptar que a ratos me pasa, el asombro sobre la nueva tecnología que cada día se ve en todo lado, me ha dejado de sorprender. Pero ahora con este post me sorprende que efectivamente nos volvemos como mecánicos (poco humanos). Pero me pongo a pensar lo bonito que es pasar un rato con la familia, los amigos, compañeros de trabajo en algún lugar.. «en vivo y a todo color» y que todo fluya como humanos y dejar que el azar haga lo suyo o más que nosotros mismos hagamos lo nuestro.
Realmente me gustó mucho este post, muy buena Walter!!!
Muchas gracias! Me gustó eso de en vivo y a todo color jeje. A mantener esa capacidad de sorprendernos!!
-Walter
No se debe decir que todo lo que trae la tecnología debe ser tachado o tratado como malo. Se trata, creo, de saber utilizarla sin permitirle que ocupe el lugar de muchos otros acontecimientos, sin dejarla ser el centro de la vida.
Es un tiempo en el que parece que la sensibilidad se va muriendo y con ella esto de lo que ud habla: el asombro, la sorpresa.Comenzamos a valer por lo que producimos, por las ganancias que dejamos, por los conocidos términos de «eficacia y eficiencia». Esto nos lleva a olvidarnos muchas veces de cultivar el espíritu, nos hace olvidar lo rico que se siente dar un abrazo o poder conversar con las personas cara a cara, sentir los olores, mirar los gestos, escuchar sonrisas o palabras dichas de una u otra forma.
Siempre he pensado que los máximos maestros de lo que no se debe olvidar son los niños: sin prejuicios, verdaderos, limpios, directos, se asombran por todo, se maravillan ante lo nuevo y ante lo ya conocido, aun.
Deberíamos regresarnos de vez en cuando a esa época en la que todo es asombroso o, por qué no, deberíamos obligarnos a no crecer, a que una parte de nuestro corazón se quede chiquitito, porque esa parte se convertiría en el descanso de este trajín diario.
Yo, al menos, me inclino por esto último.
Fui niña
como esa que se olvida
de pensar en los años
sobreviviendo a la agonía
de los viejos sinsabores;
como aquella otra,
que se asoma por las ventanas
y estripa su nariz
contra cristales
que la separan del aire;
como esta:
que se queda
amarrada a sus ilusiones
recordándose día a día
la ternura y la alegría
que significan la inocencia.
Hey me gustó muchísimo!! Muchas gracias!!
– Walter